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Capítulo II: Orígenes
El termino gótico y su relación con el Pueblo Godo
El término "gótico" fue utilizado por primera vez en el siglo XVI por el italiano renacentista Giorgio Vasari. Con el mismo, pretendía significar al movimiento ojival de forma peyorativa, caracterizándolo como un periodo oscuro y bárbaro del arte medieval en comparación con la antigüedad clásica, a la cual denotaba gloriosa y ejemplar. Consideraba todo el arte medieval anterior como un arte bárbaro, entendiendo que el arte antiguo, el “verdadero”, había desaparecido con el gótico, para luego resurgir en el Renacimiento.
Este concepto deriva de la palabra “Godo”, utilizada desde hace siglos para designar elementos incivilizados, destructivos y retrogradas, haciendo alusión a las tribus provenientes de Götaland (en la actual Suecia) que llegaron a Alemania y a Polonia durante los trastornos climáticos de la Edad de Bronce y que, como veremos a continuación, acabaron con el Imperio Romano de Occidente. Sin embargo, durante la edad media se lo utilizó también como sinónimo de germano, interpretando que los orígenes del gótico habían tenido cabida dentro del territorio que antes ocupaban las tres Germanias Romanas (Europa occidental).
Los godos eran una de las muchas tribus del otro lado de la frontera oriental a las que los romanos llamaban bárbaras o germánicas. En el siglo II, tras haber partido desde su lugar de origen al sur de la actual Suecia, los godos avanzaron hacia el Sur, siguiendo el curso del Vístula para luego penetrar por las llanuras danubianas hasta las orillas septentrionales del Mar Negro.
Las guerras entabladas entre los emperadores romanos y los gobernantes godos a lo largo de casi un siglo devastaron la región de los Balcanes y los territorios del noreste del Mediterráneo. Otras tribus se unieron a los godos y bajo el gran rey Hermanarico establecieron en el siglo IV (350) un reino que se extendía desde el mar Báltico hasta el mar Negro. Al poco tiempo, los godos poseían una fuerte organización dinástica que les permitió adquirir una capacidad de choque y una penetración mayor que las demás tribus, invadieron Dacia y se asentaron en ella por un amplio periodo de tiempo.
En su larga migración, dejando tras de sí a numerosos pueblos afines y transformados en una nación poderosa, perdieron su uniformidad étnica debido a conflictos internos y se dividieron en dos facciones: los ostrogodos al Este y visigodos al Oeste.
El contacto con el Imperio Romano prontamente introdujo cierta civilización en las tribus góticas, sobre todo en las orientales (ostrogodos), muchos de cuyos miembros decidieron integrarse en las legiones imperiales como voluntarios. Sin embargo, la presión hostil en los confines del imperio se hizo cada vez más fuerte por obra de los visigodos, siendo una de sus causas el explosivo aumento poblacional de los bárbaros y el simultáneo ocaso de la capacidad militar del imperio.
Primeras manifestaciones
El arte gótico tiene un origen francés. Surgió hacia 1140 en la provincia que ya antiguamente llevaba el nombre de “Francia”, en la región comprendida entre Compiègne y Bourges, con París como centro. El territorio en el que surgirían las catedrales góticas era ínfimo en comparación al ocupado por Francia en la actualidad, y el poder del rey era proporcionalmente escaso. Su potencialidad política era menor a la de cualquier rey o duque cercano, pero complementaba esta falta con una importante autoridad espiritual, bajo el argumento de haber sido ungido con los santos oleos.
Es necesario considerar diversos factores que ayudan a situarnos en el contexto histórico del Arte Gótico. Por un lado, las condiciones generales del crecimiento económico a fines del siglo X, que redundaron en una estabilización de las condiciones generales de vida y en el crecimiento de la población. Por otro, las circunstancias políticas, considerando que durante este periodo Francia se estabiliza dentro de su más estrecha zona de influencia: el Domaine Royal, en torno a Paris.
La primera manifestación oficial del arte Gótico tuvo lugar en una Abadía benedictina de Saint Denis, cercana a París, cuando comenzó la construcción del nuevo coro el 14 de julio de 1140. Si bien no resultó avasallante en cuanto a su estructura, la obra adquirió gran prestigio gracias a la capacidad propagandística del Abad Suger, amigo intimo y consejero de los reyes Luis VI y Luis VII, y pionero, a su vez, de esta movimiento que buscaba la solidificación del poder real mediante la vía espiritual.
Pioneros
Abad Suger de Saint Denis
(c. 1081 – 13 de enero de 1151)
Suger fue una de las personalidades decisivas de la Francia del siglo XII. Aunque de sencillo origen, fue amigo de la infancia de Luis VI, en tiempos de su conjunta educación conventual en St. Denis, siendo más tarde confidente, consejero y diplomático a su servicio y al de Luis VII. Cuando este último y su esposa tomaron parte de la segunda cruzada en 1147-1149, Suger fue nombrado administrador del reino. Desde ese momento –tal como narra el monje Willelmus, biógrafo de Suger- fue llamado “Padre de la Patria”. Suger puso toda su obra al servicio de la corona francesa, de cierta forma, debido a que estaba absolutamente convencido de que era necesario aumentar el prestigio espiritual de la monarquía para contrarrestar la inferioridad del poder real de los gobernantes.
En 1122, Suger fue nombrado Abad de St. Denis. Una de sus primeras obras consistió en restaurar el antiguo convento que se hallaba en perpetuo abandono, a través de una amplia renovación de la iglesia abacial, con el fin de devolverle el prestigio que mantenía tiempos atrás. Esta abadía había funcionado como sepultura real en tiempos merovingios y contaba con la fama de ser una de las primeras iglesias del reino. Gracias a las reformas efectuadas en este edificio, Suger y su arquitecto se convirtieron en los iniciadores de la nueva configuración de la arquitectura sacra, combinando en forma concluyente el arco puntado borgoñón con elementos normandos como la bóveda de nervaduras.
El abad Suger percibía muy bien el valor simbólico del monasterio que guiaba. Saint Denis era el monasterio real de Francia. Precisamente por eso sus líneas arquitectónicas debían acordarse al patrocinio real del que gozaba. Era preciso que superase en altura a todas los demás iglesias, tanto como el rey de Francia superaba en poder a todos sus vasallos.
Sin embargo, en esta época, las iglesias grandes y suntuosas, así como todos los lujos relacionados, se veían fuertemente cuestionados. Los monjes cistercienses, por ejemplo, abominaban el fasto, y consideraban que los adornos prescindibles eran derroches inmorales. San Bernardo, su padre espiritual, había escrito duras opiniones contra los monasterios cluniacenses por el boato de sus templos.
Pero Suger mantenía una concepción muy diferente a la de San Bernardo de Claraval. Su concepto de la vida monástica no implicaba ninguna renuncia a la belleza; por el contrario, “las riquezas debían irradiar la gloria de Dios y ponerse a su servicio”. En relación, Suger expresó:
“Que cada uno siga su propia opinión. En cuanto a mí declaro que lo que me ha parecido es que todas las cosas preciosas que existen deben servir, sobre todo, para celebrar la santa eucaristía. Si las copas de oro, si los vasos de oro y si los pequeños morteros de oro, servían, según la palabra de Dios y la orden del profeta, para recoger la sangre de los machos cabríos, de los terneros y de una novilla roja, ¿cuántos recipientes de oro, piedras preciosas y todo cuanto de precioso hay en la creación son necesarios para recibir la sangre de Cristo?.”
Y así lo hizo. Suger consagró las riquezas de su monasterio a componer un espléndido marco para el desarrollo de las liturgias. Dejó de lado a sus críticos y hacia el 1135 comenzó a reconstruir la iglesia de la abadía. El abad concibió la obra de remodelación al ritmo de una meditación metafísica. Las formas arquitectónicas debían reflejar la teología del patrono de la abadía.
Junto con sus monjes, Suger pensaba que este santo, que tanta importancia había tenido en la cristianización de Francia, y cuyos huesos se custodiaban en la misma Iglesia, no era otro que el venerado Dionisio el Areopagita. Hoy sabemos que esto no era más que un equívoco. Pero fue precisamente esta confusión la que permitió fraguar las bases conceptuales del arte gótico.
En su “Teología mística” el Areopagita había brindado a Occidente una visión novedosa de la realidad. En ella encontró Suger la inspiración que buscaba.
Se trataba de una visión jerárquica y escalonada del ser, muy inspirada en el antiguo neoplatonismo de Plotino. Según Dionisio, Dios era luz increada y creadora, de la cual participaban, según su rango y jerarquía, todas las criaturas. Desde este primer origen, el universo no era más que una corriente luminosa que descendía en cascadas por los diversos niveles de la realidad. La luz que brotaba de Dios se comunicaba a los distintos seres, cada uno de los cuales recibían y transmitía la iluminación divina de acuerdo a su rango y medida, es decir, en conformidad al lugar que ocupaba en la jerarquía de las cosas. De este modo todos los niveles del ser se encontraban hermanados por la luz que, desde su primera fuente, irrigaba el universo.
Al mismo tiempo, el descenso luminoso que partía de Dios, comunicándose ordenada y jerárquicamente a las criaturas, se complementaba con un movimiento inverso de ascensión: las criaturas no sólo provenían de Dios; también tendían hacia Él.
San Bernardo de Claraval
(C. 1090 –1153)
Bernardo de Fontaine nació en el castillo de Fontaine-les-Dijon, en Borgoña, Francia en el año 1090. Fue el tercero de siete hermanos. Su padre era caballero del duque de Borgoña y lo educó en la escuela clerical de Châtillon. Después de la muerte de su madre, entró en la Orden del Císter.
Esta orden había sido fundada pocos años antes por el Abad Roberto bajo la regla de san Benito, sólo tenía un monasterio, y por la dureza de la vida que llevaban, tenía pocos miembros. Este monasterio se encontraba cercano a su casa paterna, siendo Odón, duque de Borgoña, su benefactor, habiendo contribuido a su construcción y donando tierras y ganados.
Cuando a los 23 años, en el año 1113, ingresó como novicio en la orden del Císter, le acompañaban 4 hermanos, un tío y algunos amigos (hasta 30 personas según otras fuentes). Previamente los había probado durante seis meses, asegurándose de su lealtad. El convencer a tantos fue una labor ardua, especialmente a su hermano Guido, que estaba casado y tenía dos hijas, y que finalmente dejó a su familia y entró en la orden. Posteriormente entrarían en la orden su padre y su hermano menor.
Bernardo fue un inspirador y organizador de las órdenes militares, creadas para acoger y defender a los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa y para combatir el Islam. Así, tuvo gran influencia en la creación y expansión de la Orden del Temple, redactó sus estatutos e hizo reconocerla en el Concilio de Troyes, en 1128.
En 1130, el Cisma del antipapa Anacleto lo apartó de la vida monástica en clausura y comenzó una intensa actividad pública en defensa de Inocencio II. Estuvo movilizado de 1130 a 1137 e hizo del abad uno de los políticos más influyentes de su tiempo. Participó en las principales controversias religiosas de su época. Sostenía que el conocimiento de las ciencias profanas es de escaso valor comparado con el de las ciencias sagradas. Sus sentimientos frente a los dialécticos se revelaron en los enfrentamientos que mantuvo con Gilberto de la Porré y Pedro Abelardo.
La predicación en la Iglesia medieval era esencial y Bernardo fue uno de sus grandes predicadores. Reclamado constantemente por la clerecía local. También predicó las excelencias espirituales de la vida monástica y convenció a muchos para que ingresasen en la orden cisterciense. Se le conocía como Doctor melifluo (boca de miel).
En 1153, enfermó del estómago y, muy débil, falleció. Fue canonizado el 18 de junio de 1174 por el papa Alejandro III, siendo declarado Doctor de la Iglesia por Pío VIII en 1830.
Controversias con Abelardo
Abelardo, uno de los primeros escolásticos, se había iniciado en la dialéctica y mantenía que se debían buscar los fundamentos de la fe con similitudes basadas en la razón humana. Así argumentaba:
“Me dispuse a explicar los fundamentos de nuestra fe mediante similitudes basadas en la razón humana. Mis alumnos me pedían razones humanas y filosóficas y me reclamaban aquello que pudiesen entender y no aquello sobre lo que no pudiesen discernir. Decían que no servía de nada pronunciar muchas palabras, si no se hacía con inteligencia; que no se podía creer nada que previamente no se hubiese entendido; y que es ridículo que alguien predique nada que ni él ni sus alumnos no puedan abarcar con el intelecto.”
Estas nuevas ideas de Abelardo fueron rechazadas por los que pensaban de forma tradicional, entre ellos el abad. Así en 1139, Guillermo de Saint-Thierry encontró diecinueve proposiciones supuestamente heréticas de Abelardo y Bernardo de Claraval las remitió a Roma para que fuesen condenadas. En el sínodo realizado en la comuna de Sens en el año 1140 le exigieron a Abelardo retractarse, pero este no accedió, siendo condenado por herejía a perpetuo silencio como docente.
Bernardo en una carta a Inocencio II -contra errores Petri Abaelardi-, refutó los supuestos errores de Abelardo, pues consideraba que la fe sólo debía ser aceptada:
“Puesto que estaba dispuesto a emplear la razón para explicarlo todo, incluso aquellas cosas que están por encima de la razón, su presunción estaba contra la razón y contra la fe. Porque, ¿hay algo más hostil a la razón que tratar de trascender la razón por medio de la razón? y ¿qué hay más hostil a la fe que negarse a creer lo que no puede alcanzarse con la razón?”
Para Bernardo, la verdad que existía tras la creencia en Dios era un hecho directamente infundido por la divinidad y por lo tanto incuestionable. Contra la pretensión de los racionalistas de que la teología debía apoyarse en pruebas, afirmó en un argumento muy conocido:
“La conocemos (la Verdad). Pero ¿cómo pensamos que la comprendemos? La disquisición no la comprende, pero sí la santidad, si de algún modo es posible comprender lo incomprensible. Pero si no pudiese ser comprendida, el apóstol no habría dicho... y fundados en la caridad, podáis comprender en unión de todos los santos. Los santos, por tanto, comprenden. ¿Queréis saber cómo? Si sois santos, comprenderéis y sabréis. Si no, sed santos y sabréis por experiencia.”
Orden del Císter
A los 23 años, en el año 1113, ingresó en la orden del Císter. Dos años después, Esteban Harding, el abad de Císter, le envió a fundar una de las primeras fundaciones cistercienses, el monasterio de Claraval, del que fue designado abad, puesto que ocupó hasta el final de su vida.
Esteban Harding era el tercer abad que tenía la orden, y en 1119 dotó al Císter de una regla propia, la Carta de Caridad, en la que se establecían las normas comunitarias de total pobreza, obediencia a los obispos y dedicación al culto divino alejado de las ciencias profanas. La enorme influencia que alcanzaron los cistercienses se debió a Bernardo que trascendió ampliamente a la orden. Ha sido la figura más destacada de la Orden y es venerado como fundador.
Císter fue una concepción de la vida monástica medieval totalmente distinta a Cluny. La regla cisterciense era, en la práctica, una antítesis de la misma. Esta crítica a los cluniacenses, la concretó Bernardo en 1124, en su escrito “Apología a Guillermo”:
“La iglesia relumbra por todas partes, pero los pobres tienen hambre. Los muros de la iglesia están cubiertos de oro, pero los hijos de la iglesia siguen desnudos. Por Dios, ya que no os avergonzáis de tantas estupideces, lamentad al menos tantos gastos.”
A partir de la Apología a Guillermo, la regla cisterciense apareció como una reacción contra los excesos cluniacenses. Si durante el siglo XI los monjes cluniacenses habían asumido un gran protagonismo dentro de la iglesia, ocupando sus más altos cargos y ejerciendo su influencia sobre el poder civil, en el siglo XII ese papel les correspondió desempeñarlo a los cistercienses. Esta Apología estableció también los criterios teóricos que luego se emplearían en la construcción de todas las abadías cistercienses. En este escrito, Bernardo criticó duramente la escultura, la pintura, los adornos y las dimensiones excesivas de las Iglesias de los cluniacenses. Partiendo del espíritu cisterciense de pobreza y ascetismo riguroso, llegó a la conclusión de que sus monjes, que habían renunciado a las bondades del mundo, no precisaban de nada de esto para reflexionar en la ley de Dios. La crítica la desplegó sobre dos ejes. En primer lugar, la pobreza voluntaria: las esculturas y adornos eran un gasto inútil; despilfarran el pan de los pobres. En segundo lugar, rechazaba también las imágenes porque distraían la atención de los monjes, los apartaban de encontrar a Dios a través de la Escritura.
Estas primeras abadías se construyeron en estilo románico borgoñés, que había alcanzado toda su plenitud: (bóveda de cañón apuntada y bóveda de arista). Posteriormente, cuando en 1140, surgió el estilo gótico en la benedictina abadía de Saint Denis, los cistercienses aceptaron rápidamente algunos conceptos del nuevo estilo y comenzaron a construir en los dos estilos, siendo frecuentes las abadías con dependencias románicas y góticas de la misma época. Con el paso del tiempo, el románico fue abandonado.
Influencias
Arte normando
El arte normando se desarrolló en el noroeste de Francia y en el sur de Italia durante la dominación normanda, desde 1040 a 1189. Se manifiesta en una arquitectura muy decorativa con esculturas de piedra zoomorfas, decorativas y realistas. Su principal característica es la presencia de un estilo ecléctico, nacido de la fusión de las culturas bizantina, musulmana y franco-normanda.
El arte de Normandía poseía gran riqueza en la articulación del muro, normalmente en tres pisos, anunciando el cuarto piso que aparecerá en el gótico. Los edificios eran de gran altura, y se caracterizaban por la alternancia de soportes en la separación de naves, la cual no poseía una función constructiva sino estilística. La fachada, por su parte, solía estar flanqueada al occidente por dos torres, elemento que provenía del arte otoniano, y que organizan la llamada "fachada en H", que tendría posteriormente un gran desarrollo, siendo por ejemplo modelo de fachada a lo largo del gótico clásico en los dominios reales. En el arte normando aparecen por primera vez las bóvedas nervadas, que luego serán características del estilo ojival.

(Abadía de San Esteban de Caen)
Arte Borgoñón
Borgoña fue, en la Edad Media, un importante centro de confluencias, por lo cual se vio inundada de novedosas ideas estéticas en las diferentes ramas del arte.
Además de la tradición constructiva lombarda en la que se usaba sistemáticamente la bóveda de cañón, en el arte de Borgoña confluyen influencias de la tradición edilicia carolingia y otoniana, presentando una arquitectura novedosa en la que se crea un nuevo lenguaje, caracterizado por la presencia de aparejos exteriores de notas lombardas, la importancia de la parte occidental del edificio de influencia otoniana (reminiscencias de macizo occidental), la articulación en dos pisos y la creciente importancia de la iluminación.
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